¿Por qué la Navidad, que tanto invoca la autenticidad y los grandes valores, se ha convertido en la época más artificial y consumista del año? ¿Será que con eso de envolver de magia a los niños nos empaquetan a todos? ¿O que de tanto fingir ante ellos hemos asumido la hipocresía como el valor más consustancial a la navidad? Cuando la tradición y la religión se venden al merchandising ¿qué queda de ellas? Lo irónico es que ya sea desde convicciones religiosas o laicas, hace falta muy poco para hacer de la navidad un recuerdo mágico e inolvidable de verdad, sin recurrir al cartón piedra y los efectos especiales con que la publicidad la adorna. Si la magia navideña está en su exaltación de valores, sorpresas y belleza, esto sobra sin trampa ni cartón en la naturaleza.
Si tenemos valores sociales o ambientales que inculcar a nuestros hijos, aprovechemos la navidad para hibernar y desconectar de todo lo que se lucra, despilfarra o comercia con ella, recuperando la modestia que caracteriza a la naturaleza en la estación fría del año, para fomentar una conciencia o perspectiva real y justa del mundo. El invierno implica refugio, adaptarse a la escasez de recursos y aprovechar el aprovisionamiento hecho durante el tiempo de bonanza. Lo opuesto a lo que hacemos: multiplicar compras y gastos. La época materialista por excelencia puede convertirse en la del apagón y la revolución verde, la del ahorro energético y la magia real, la natural. Basta un ligero cambio de rubo: hacia regalos biodegradables o un entorno sostenible y con encanto como una casa rural.
¿Qué mejor regalo que despertar en un lugar donde el paisaje huele a invierno? ¿Desde la leña en el fuego al aire frío de montaña? Donde desde el bosque a la fauna silvestre y desde la fantasía a las leyendas del lugar llenan de misterio y encanto real cada experiencia del turismo rural? Existen rutas navideñas para sumergir al viajero en episodios de cuento. Donde alejarse del tópico y el derroche comercial para tomar las uvas (con tele o sin ella) desde un lugar aislado en la auténtica navidad. Donde celebrar cenas íntimas con cocina casera y experiencias ecoagroturísticas irrepetibles, donde los árboles están vivos y no son de plástico, la nieve es agua helada y no porexpán, y la blanca navidad del villancico es real.
Convirtamos la navidad sintética en orgánica. Regalando vida y llevando al corazón urbanita de nuestras casas un kit de cultivo o pequeñas bombas de semillas para sanear la rutina. Iniciativas como Ecoquchu, con regalos ecológicos de diseño artesano, se proponen reverdecer así la vida urbana. Hay modestos proyectos de gran corazón que contribuyen al progreso sostenible y el florecimiento del planeta en dirección opuesta al materialismo que tanto derrocha estos días. Proyectos sociales y ambientales que luchan por un mundo mejor y debieran ser los verdaderos Reyes Magos en los que creer, porque existen de verdad. Aunque las luces y el porexpán nos venden los ojos.
Autor: Aldan
1984. Colaborador de la Fundación Ecoagroturismo. Licenciado en Periodismo y Humanidades, premio Fundación Biodiversidad en Comunicación. Convencido de que la red de transportes y telecomunicaciones reemplaza a la superficie del mundo, eclipsándola, cree que el turismo ha degenerado en un circuito cerrado y contemplativo. Quiere sensibilizar de un cambio de perspectiva, desde la que el mundo vuelva a concebirse por la totalidad de su superficie y la riqueza natural que la puebla, devolviendo al hombre a una escala que lo integre en ella y despierte su pasión por los caminos, más que por coleccionar destinos.